martes, 26 de junio de 2012

RETRAZANDO LAS BENDICIONES


RETRAZANDO LAS BENDICIONES

Quito, 21 de Mayo del 2012

En estos días me he estado sintiendo muy inquieta respecto a que he notado que aún continúo atándome a mi pasado. Insistiendo en recordar un pasado doloroso, e incluso muchas veces vergonzoso diría yo. Lo repaso una y otra y otra vez en mi mente. ¿Qué me está ocurriendo? ¿Por qué si es algo nocivo para mí, me empeño en seguir recordando esas cosas?
Pero es que no solo recuerdo las cosas malas que me hicieron daño, también recuerdo los gratos momentos con nostalgia. Creo que esa es la razón por la cual continúo aferrándome a ese pasado. El deseo de volver atrás, de regresar en el tiempo, a aquella época en la que todo andaba bien en mi vida. En donde lo tenía todo: un buen trabajo que me proporcionaba el dinero suficiente para cubrir no solo mis necesidades sino también mis pequeños lujos, amigos con quienes disfrutar de un agradable momento, pero también con quienes salir a beber alcohol e irme de farra, un novio que me hacia compañía, me brindaba afecto y apagaba el fuego de mis pasiones. Nada me faltaba, o al menos eso era lo que yo creía.

Sí,  lo tenía todo aparentemente, pero analizándolo bien, faltaba algo… Lo tenía todo  excepto lo más importante, lo realmente importante, a Dios en mi vida.
Me di cuenta que nunca me había dado el tiempo necesario para cerrar etapas en mi vida. Desde que recuerdo me he lanzado a emprender nuevas aventuras, nuevas etapas, nuevas relaciones amorosas, sin antes darme el tiempo de curar las heridas de mi alma, sin darme un descanso. No me daba el tiempo de cicatrizar completamente las heridas causadas en antiguas experiencias, y ya me hallaba lanzándome de nuevo a una nueva travesía.
Cuan equivocada estaba al creerme autosuficiente, al creer que yo sola podía con mi vida. Cuando tomaba una  decisión  equivocada que me causaba sufrimiento y sensación de derrota, simplemente decidía refundirla en lo más profundo de mi memoria y continuar adelante como si nada hubiese pasado, sin mirar atrás. Esa era mi filosofía de vida, sepultar las cosas que no me gustaban de mi pasado, enterrar lo que me hacía daño, esconder las cosas de las que no me sentía orgullosa, y continuar. Pensaba que eran asunto olvidado, que estaban bien refundidas, y que ya no iban a salir a la luz mientras yo decida mantenerlas en la oscuridad, en un rincón olvidado de mi mente.
Pero la mente es un súper procesador que lo almacena todo, no lo olvida, lo guarda. Va acumulando información y la almacena, hasta que cierto estímulo externo la saca a relucir nuevamente. Es extraño como tan ligeramente había decidido “olvidar” ciertas cosas de mi vida porque no me gustaban o porque me causaban dolor, simplemente las enterraba; y cuando salían a flote por algún motivo, me costaba darme cuenta que eran reales, que sí habían sucedido. Me negaba  a creer que era yo esa persona capaz de actuar de determinado modo;  miraba el recuerdo desde lejos, como un espectador horrorizado de lo que ve, cuando en realidad era yo la protagonista estelar de esas historias pavorosas.

Negar los hechos no los hacen desaparecer, fingir que no ha sucedido nada no es la solución a los problemas. Hay que enfrentarlos y asumir las responsabilidades de nuestros actos. No hay otra salida. Porque cuando enterramos las cosas que nos desagradan sin antes darles el debido tratamiento terminan pudriéndose en el sitio en que las enterramos y contaminando el resto. Pueden llegar a corromper nuestra mente y nuestro corazón, para luego continuar con todos los aspectos de nuestra vida, como una peste sin cura.
Hay que darnos el tiempo que sea necesario para curar las heridas, para restaurar los corazones, para sanar el alma. Me pregunto entonces: ¿Está bien que insista mi mente en recordar hechos del pasado o es mejor sepultarlos en un rincón perdido de la memoria?
Creo que ninguna de las dos cosas. Insistir en vivir recordando el pasado, solo nos hace descuidar nuestro presente y no vivirlo plenamente, nos hace alejarnos de un futuro quizá prometedor.  Por otro lado, volvernos indiferentes a los acontecimientos, nos imposibilita aprender y por ende crecer espiritualmente.
La noche de ayer cuando conversaba por facebook con mi amiga Vero, sobre cómo los fantasmas de mi  pasado me están atormentando. Estas fueron sus sabias palabras que cayeron como suaves gotas de lluvia para dar alivio a mi angustiada alma: “Tal vez Dios ya quiere bendecirte, pero tu estas retrasando esas bendiciones aferrándote a un pasado que ya no es más”. 

Que fuerte darse cuenta que Dios quiere bendecirnos y está dispuesto a hacerlo en todo  momento, pero somos nosotros quienes con nuestro comportamiento, con nuestra “inmadurez espiritual” continuamos  retrasando esas bendiciones. “Dios ya quiere bendecirte”. Dios siempre ha estado queriéndome bendecir, y  yo no he contribuido lo suficiente para que eso ocurra. En mí está la decisión de ser o no bendecida. Y,  ¿quien no quiere ser bendecido por Dios? Me pregunto yo.  Si la bendición de Dios  es completa y no añade tristeza en ella, como dice al Palabra, todos queremos ser bendecidos. Entonces,  ¿que se supone que estoy esperando? Es hora de actuar y vivir conforme a lo que Dios demanda de mi, su hija, para hallar gracia ante sus ojos y tener la tan anhelada bendición divina.

Deléitate primero en Dios y él te concederá los anhelos de tu corazón. (Salmos 37:4)

No te inquietes por nada, más bien preséntalo todo en oración y acción de gracias a Dios, y su paz que sobrepasa todo entendimiento, guardará tu corazón. (Filipenses 4:6-7)

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