martes, 26 de junio de 2012

CUANDO TE INVENTO


CUANDO TE INVENTO

Quito, 25 de Junio del 2012


Y después de algún tiempo de no verte, de guardarte en mi memoria como un sueño no alcanzado, te apareces de la nada, me tomas de la mano, me robas unos besos, y luego te vas. Cruzas el océano y quién sabe si de aquí en algún tiempo me devuelvas esos  besos.

Y ¿que fue eso? Eso ni siquiera llegó a ser un sueño, porque lo sueños duran toda la noche y hasta el amanecer. Esto más bien fue solo un breve momento en el tiempo infinito. Un abrir y cerrar de ojos, y ya no estás...

Pero ¿se acabo realmente? porque cuando te repaso en  mi mente, te vuelvo a vivir. Es que cada vez que me antojo, viajo a ese espacio vacío  en donde te recuerdo, y no solo te recuerdo sino que te invento.

Nos invento en el París de poetas y artistas. Nos invento caminando tomados de la mano. Nos invento divagando en alguna calle estrecha que conduce a un viejo café. Nos invento riendo, jugando y  viviendo. Nos invento respirándonos, palpándonos, sintiéndonos, amándonos.

Y es que esto de inventarte tiene su técnica y lleva su tiempo. Al punto de que ya no sé si estoy viviendo el aquí, o estoy  allá inventándote. O tal vez estoy inventando que te invento, o quizá te inventé desde siempre y me gusta seguir inventando lo inventado.

Y es que vivir inventándonos me sale tan bien, que no sé si prefiero seguirte inventando o esperar a que, tal vez, en algún instante del tiempo infinito, te encuentre otro breve momento.

Mejor te sigo inventando, porque cuando nos invento,  nos hallo riendo, jugando, y viviendo. Y si no te inventara quizá estarías en París aburriéndote de jugar a vivir,  y yo aquí olvidándome de jugar y atándome a una vida aburrida por miedo de vivir jugando a inventarte.

RETRAZANDO LAS BENDICIONES


RETRAZANDO LAS BENDICIONES

Quito, 21 de Mayo del 2012

En estos días me he estado sintiendo muy inquieta respecto a que he notado que aún continúo atándome a mi pasado. Insistiendo en recordar un pasado doloroso, e incluso muchas veces vergonzoso diría yo. Lo repaso una y otra y otra vez en mi mente. ¿Qué me está ocurriendo? ¿Por qué si es algo nocivo para mí, me empeño en seguir recordando esas cosas?
Pero es que no solo recuerdo las cosas malas que me hicieron daño, también recuerdo los gratos momentos con nostalgia. Creo que esa es la razón por la cual continúo aferrándome a ese pasado. El deseo de volver atrás, de regresar en el tiempo, a aquella época en la que todo andaba bien en mi vida. En donde lo tenía todo: un buen trabajo que me proporcionaba el dinero suficiente para cubrir no solo mis necesidades sino también mis pequeños lujos, amigos con quienes disfrutar de un agradable momento, pero también con quienes salir a beber alcohol e irme de farra, un novio que me hacia compañía, me brindaba afecto y apagaba el fuego de mis pasiones. Nada me faltaba, o al menos eso era lo que yo creía.

Sí,  lo tenía todo aparentemente, pero analizándolo bien, faltaba algo… Lo tenía todo  excepto lo más importante, lo realmente importante, a Dios en mi vida.
Me di cuenta que nunca me había dado el tiempo necesario para cerrar etapas en mi vida. Desde que recuerdo me he lanzado a emprender nuevas aventuras, nuevas etapas, nuevas relaciones amorosas, sin antes darme el tiempo de curar las heridas de mi alma, sin darme un descanso. No me daba el tiempo de cicatrizar completamente las heridas causadas en antiguas experiencias, y ya me hallaba lanzándome de nuevo a una nueva travesía.
Cuan equivocada estaba al creerme autosuficiente, al creer que yo sola podía con mi vida. Cuando tomaba una  decisión  equivocada que me causaba sufrimiento y sensación de derrota, simplemente decidía refundirla en lo más profundo de mi memoria y continuar adelante como si nada hubiese pasado, sin mirar atrás. Esa era mi filosofía de vida, sepultar las cosas que no me gustaban de mi pasado, enterrar lo que me hacía daño, esconder las cosas de las que no me sentía orgullosa, y continuar. Pensaba que eran asunto olvidado, que estaban bien refundidas, y que ya no iban a salir a la luz mientras yo decida mantenerlas en la oscuridad, en un rincón olvidado de mi mente.
Pero la mente es un súper procesador que lo almacena todo, no lo olvida, lo guarda. Va acumulando información y la almacena, hasta que cierto estímulo externo la saca a relucir nuevamente. Es extraño como tan ligeramente había decidido “olvidar” ciertas cosas de mi vida porque no me gustaban o porque me causaban dolor, simplemente las enterraba; y cuando salían a flote por algún motivo, me costaba darme cuenta que eran reales, que sí habían sucedido. Me negaba  a creer que era yo esa persona capaz de actuar de determinado modo;  miraba el recuerdo desde lejos, como un espectador horrorizado de lo que ve, cuando en realidad era yo la protagonista estelar de esas historias pavorosas.

Negar los hechos no los hacen desaparecer, fingir que no ha sucedido nada no es la solución a los problemas. Hay que enfrentarlos y asumir las responsabilidades de nuestros actos. No hay otra salida. Porque cuando enterramos las cosas que nos desagradan sin antes darles el debido tratamiento terminan pudriéndose en el sitio en que las enterramos y contaminando el resto. Pueden llegar a corromper nuestra mente y nuestro corazón, para luego continuar con todos los aspectos de nuestra vida, como una peste sin cura.
Hay que darnos el tiempo que sea necesario para curar las heridas, para restaurar los corazones, para sanar el alma. Me pregunto entonces: ¿Está bien que insista mi mente en recordar hechos del pasado o es mejor sepultarlos en un rincón perdido de la memoria?
Creo que ninguna de las dos cosas. Insistir en vivir recordando el pasado, solo nos hace descuidar nuestro presente y no vivirlo plenamente, nos hace alejarnos de un futuro quizá prometedor.  Por otro lado, volvernos indiferentes a los acontecimientos, nos imposibilita aprender y por ende crecer espiritualmente.
La noche de ayer cuando conversaba por facebook con mi amiga Vero, sobre cómo los fantasmas de mi  pasado me están atormentando. Estas fueron sus sabias palabras que cayeron como suaves gotas de lluvia para dar alivio a mi angustiada alma: “Tal vez Dios ya quiere bendecirte, pero tu estas retrasando esas bendiciones aferrándote a un pasado que ya no es más”. 

Que fuerte darse cuenta que Dios quiere bendecirnos y está dispuesto a hacerlo en todo  momento, pero somos nosotros quienes con nuestro comportamiento, con nuestra “inmadurez espiritual” continuamos  retrasando esas bendiciones. “Dios ya quiere bendecirte”. Dios siempre ha estado queriéndome bendecir, y  yo no he contribuido lo suficiente para que eso ocurra. En mí está la decisión de ser o no bendecida. Y,  ¿quien no quiere ser bendecido por Dios? Me pregunto yo.  Si la bendición de Dios  es completa y no añade tristeza en ella, como dice al Palabra, todos queremos ser bendecidos. Entonces,  ¿que se supone que estoy esperando? Es hora de actuar y vivir conforme a lo que Dios demanda de mi, su hija, para hallar gracia ante sus ojos y tener la tan anhelada bendición divina.

Deléitate primero en Dios y él te concederá los anhelos de tu corazón. (Salmos 37:4)

No te inquietes por nada, más bien preséntalo todo en oración y acción de gracias a Dios, y su paz que sobrepasa todo entendimiento, guardará tu corazón. (Filipenses 4:6-7)

sábado, 2 de junio de 2012

MEMORIAS DE UNA BODA

MEMORIAS DE UNA BODA
Quito, 31 de Marzo del 2012
Hoy fue la boda de una buena amiga mía, Carla S. Soy amiga de Carlita desde que tenía 15 años, aproximadamente hace unos 11 años. Fuimos compañeras del colegio; ella era una chiquilla de las que en mi tierra les llamamos “loquitas” (en el buen sentido de la palabra) y juntas “hacíamos de las nuestras” en el cole.
El colegio, ¡qué épocas aquellas¡ en donde nuestra única preocupación era sacarnos buenas notas. Si lo reconozco, yo era de esas nerds a las que les gustaba estudiar mucho y sacarse mínimo 18 en los exámenes y pruebas, ojo que digo “mínimo”,   lo normal era un 20 o un 19.
Carlita y yo solíamos hurtar a escondidas el café recién colado de la sala de profesores. Es que en ese frío terrible de las 5 de la tarde de Quito en los meses de abril, un café calientito nos caía como anillo al dedo y nos permitía aguantar el resto de la jornada estudiantil hasta que dieran las 7 de la noche, hora a la que salíamos de clases. Recuerdo también aquella vez en la que “Pepito” nuestro querido profesor de gramática, nos sacó de clases porque nos sorprendió colocando una bincha en la parte posterior inferior de su chaqueta, justo ahí donde termina la espalda, repetíamos la hazaña una y otra vez cada que se paseaba junto a nosotras, hasta que se dio cuenta de lo que estábamos haciendo. Se enojó mucho ese día; nos asustamos, hasta creímos que le iba a dar algo a ese pobre tierno viejito del coraje que tenía.
Esas eran nuestras inocentes travesuras de la época del colegio. Esa era nuestra vida. Vivíamos el día a día únicamente dedicadas a estudiar y a hacer todo lo posible por divertirnos. Sin preocupaciones, sin miedos, sin temor al futuro; disfrutando cada segundo, gozándonos de la vida. ¿Dónde quedó eso? me pregunto. ¿Dónde?
¿Cuándo empecé a sentir el peso de la vida? ¿Cuando descubrí que algo tan sencillo y necesario como respirar y palpitar podría  ser tan doloroso? ¿Cuándo conocí de cerca el dolor inmenso de la pérdida, la indiferencia y el rechazo? ¿Cuándo conocí que hay cosas en las  que somos totalmente impotentes y nada de lo que hagamos en nuestras fuerzas humanas pueden cambiarlas, por más que quisiéramos; y no nos queda otro camino más que aceptarlas?
No fue cuando falleció mi papá, a mis 18 años de edad, cuando apenas comenzaba a estudiar en la universidad. Porque de alguna manera, contaba con el respaldo de mi sacrificada familia,  y sabía que mi padre me había amado con total entrega, y que no era su culpa el dejarme. Sabía que si él hubiera podido, no nos habría abandonado jamás; simplemente era una circunstancia ajena a nosotros que debíamos afrontar. No fue cuando culminé mis estudios universitarios y tuve que enfrentarme con cuentas que pagar, porque tenga o no dinero, haya o no trabajado, los estados de cuenta de la comida,  luz, agua y electricidad siempre llegaban puntualmente cada fin de mes. ¡No! Ni la muerte de mi mayor ser amado, ni mi nueva posición como ente productivo en la economía del país, me causaron tanto dolor ni tanto miedo, como el amor.
Si el amor puede ser lo más bello que creo Dios, como lo más doloroso, cuando no es su voluntad enamorarnos de esa persona, que equivocadamente, en un acto de rebeldía u obstinación, consiente o inconscientemente de ello, lo hacemos. Si, ¡el amor! Cuantas veces he caído en el juego del amor, al que si te subes sin las debidas precauciones, sin leer el manual de instrucciones, sin abrocharte bien el cinturón de seguridad, sales disparado y terminas en el mejor de los casos golpeándote contra el duro pavimento.
Cuantas veces me entregué a hombres a quienes les di no solo mi cuerpo, sino lo más importante de mi ser, mi alma y mi espíritu; sin condiciones, sin dejarlo nada para mí. Como soy yo, apasionada, entregada, sin miedos. Es que,  ¿de qué sirve enamorarse si no es para entregarlo todo al ser amado? Si no es para renunciar a uno mismo, si no es para morir a uno y renacer para el otro. De qué sirve enamorarse si no se lo hace con total pasión, entrega, locura, renuncia y sacrifico. Cualquier tipo de sentimiento que no involucre estos cinco elementos, pueden ser cualquier cosa, menos amor. Porque el verdadero amor va más allá de los simples sentimientos y de las no tan simples pasiones; va más allá de las mariposas en el estómago y de las palabrerías empalagosas. El amor es otra cosa… Realmente es otra cosa. Muy superior a los sentimientos, los cuales involucran estados de ánimo pasajeros, momentáneos. El amor jamás puede ser pasajero, es perenne, es por siempre, porque a diferencia de los sentimientos, no es una reacción a una acción externa, como el reírse cuando alguien te cuenta un buen chiste, o el angustiarse por no estar preparado para dar un examen final. ¡El amor es una decisión! Es la decisión de hacer feliz a la persona amada, de querer lo mejor para ella, de hacer todo lo posible y hasta lo imposible por el bienestar del otro. Amar es ser empático con las necesidades del otro, es mirar las necesidades de los demás antes que la mías. Es el dar antes que el recibir. Es renunciar a uno, es hacer sacrificios porque sabes que con eso ayudas al otro, y además sentirte bien por eso. Y el tomar esa decisión es como encender una llama en nuestro interior que desconoce las dimensiones de tiempo y espacio; una llama  que jamás se apaga, que permanece encendida por toda la eternidad, porque Dios te ayuda a que así sea, porque él mismo es amor y él mismo es eterno.
Al presenciar la ceremonia de bodas de Carla y Willy esta tarde, pude ver, pude percibir ese amor. Amor que se tienen el uno al otro, un amor que supo sobrevivir al tiempo y a la distancia, que supo esperar más de 6 años y vencer lo que humanamente parecía imposible, para finalmente poder estar juntos y unirse en matrimonio.
Entonces me pregunté, porque había fracasado tanto en mis relaciones amorosas. ¿Por qué no podía ser yo la que en esa soleada mañana de finales de marzo me estaba casando con mi alma gemela? Me sorprendí a mí misma respondiéndome y exhortándome  ante este cuestionamiento.
Sí, había entregado todo de mí en mis pasadas relaciones. Todo. Pero siempre lo hice apasionadamente, dejándome dominar por mi carne, dominada por toda clase de pensamientos y sentimientos desordenados en mi cabeza y ardiendo en el interior de mis entrañas. Sin detener a preguntarme siquiera si esa era la persona adecuada, y pero aún sin preguntarle a Dios que opinaba él al respecto.
Anduve enamorándome y desenamorándome a la fuerza de los hombres equivocados, terminando cada vez con un corazón más lastimado y humillado. Siempre me preguntaba cómo podía ser que siendo una persona tan inteligente, no podía dominar ese aspecto de mi vida. No podía tener control sobre mi corazón, sobre mis sentimientos y mis impulsos. ¿Por qué cada vez que me sumergía en una relación amorosa, termina con el corazón destrozado? Pues la respuesta era sencilla: porque nunca me detuve a preguntarle  a Dios que era lo qué quería para mi vida. Nunca me detuve a escuchar en el silencio el llamado de Dios hacia mi vida.
Creía equivocadamente que podía andar por ahí probando de todo un poco, regalando mi corazón a quien se apareciera por mi camino, ofreciéndolo como si fuera cualquier cosa a quien se anime a comprarlo, hasta que llegara el indicado, hasta que apareciera mi tan añorado príncipe azul (y justamente así es como actué por muchos años). No me daba cuenta que si alguna vez aparecía el hombre de mi vida, mi alma gemela, no iba a tener nada digno que ofrecerle; solo un corazón roto, marcado con huellas difíciles de curar y borrar.
Tuve que aprender a las malas, como la mayoría de personas lo hacemos (que manía esa de insistir en ser llevados por el mal, pero eso lo voy a dejar para ser tratado en otras memorias), a dejarme guiar por Dios. A entregarle mis sentimientos, que sea él quien maneje esa y todas las áreas de mi vida.
Es una lucha diaria el entregarle todo a Dios, el dejarse guiar por él, más aun para mí en el área del corazón, porque como dice la Palabra: Engañoso es el corazón, ¿quién lo conocerá? Pero después de tantos fracasos, de tantas heridas innecesarias que me auto afligí, no me queda más que creerle a él, porque él es fiel. No me queda más que confiar y esperar en Dios, en dejar que sea el quien me cure, quien me restaure, que me dé un nuevo corazón limpio y listo para entregárselo a la persona correcta,  a la persona que estoy segura Dios tiene reservada para mí.
Entonces también al fin tendré mi mañana soleada de marzo, en la que la suave brisa del mar acaricie mi rostro y agite mi velo, mientras siento como la arena se hunde bajo mis pies, mientras voy caminando rumbo a aquel altar de bellas y perfumadas jazmines, en donde me esperas tu amado mío con una gran sonrisa y con tu alma pura reflejada en tus brillantes ojos. Tu amado mío. Tu mi alma gemela…

LO QUE ANHELA EL CORAZÓN

Quito, 04 de Abril del 2012
LO QUE ANHELA EL CORAZÓN
Quise en estas memorias a las cuales les puse como título “Lo que anhela el corazón” trascribir lo que una noche del 20 de Diciembre del 2012 escribí en unas hojas de cuaderno, como un llamado de auxilio y un grito desesperado pidiendo el socorro de Dios. En ese pedazo de papel aquella noche plasmé mi más profundo deseo del corazón: conocer y ser bendecida por Dios con mi alma gemela y sanar mi corazón entristecido. Además de eso decidí aumentar unas líneas adicionales sobre mis otros anhelos del corazón, que también son importantes para mí, porque me definen, y de alguna manera presiento en mi corazón, son sueños que me acercan al propósito que Dios tiene para mi vida.

Quito 20 de Diciembre del 2012:
Dios mío tú conoces los anhelos de mi corazón, para ti nada es oculto. Tú sabes bien que hay en el interior de mi corazón y ningún pensamiento mío te es desconocido. Aunque sé que tú ya conoces cual es mi más grande anhelo, escribo hoy estas líneas como constancia de lo que en oración he estado clamando a ti desde hace algún tiempo.
Señor mío, bendice mi vida con un hombre  que me ame, pero que sobre todas las cosas te ame y tema a ti, que crea en Jesucristo como nuestro salvador, como el hijo de Dios que se hizo hombre para redimirnos de nuestros pecados. Porque sólo alguien que tenga temor de ti mi Dios, puede ser una persona íntegra de buen obrar y con nobles sentimientos. Sólo alguien que te tema y ame a ti Señor,  va a poder amarme verdaderamente a mí también. Porque el amor no se limita a un sentimiento pasajero, el amor real es la decisión de estar con la persona amada sobre toda circunstancia adversa, en los buenos pero sobre todo en los malos momentos.
Quiero un hombre Señor,  que sepa defenderme y respetarme, que sepa ser caballero y conquistador, que no deje de lado los detalles. Quiero un hombre inteligente, alguien a quien pueda admirar y de quien pueda aprender cosas que me edifiquen cada día. Alguien que sepa ser un buen ejemplo para las demás personas, que sea de bendición para la gente que comparta su entorno. Quiero mi Dios un hombre de buen humor, que sepa hacerme reír incluso en los momentos duros o difíciles que tengamos que enfrentar. Alguien que me tenga paciencia y que además sepa hacerme ver mis errores y fallas con amor. Mi Dios, quisiera que aunque no sea el hombre más guapo, sea alguien agradable a mis ojos. Que tenga unas cejas cargadas, ojos grandes y bonitos, manos fuertes, espalda ancha, medianamente alto, con lindo rostro pero a la vez firme y varonil, de contextura media. Que sea un hombre deportista, que sea un buen músico y con quien pueda mantener conversaciones interesantes, de esas en las que uno se puede platicar toda la noche entretenida, sin darse cuenta siquiera del paso del tiempo.
Quiero un hombre mi Señor que sea mi compañero de vida, que sepa ser un buen esposo y un buen padre. Que le gusten los niños. Alguien con quien pueda tener descendencia. Un hombre digno de confianza, que sea mi mejor amigo (luego de ti Señor), mi mejor amante y mi complemento ideal.
Quiero Señor un esposo que cuando él note que me estoy  alejando de ti, o se dé cuenta que mi amor por ti se está apagando, (porque ninguno de nosotros estamos exceptos al ataque del enemigo y podemos ser susceptibles a caídas) me haga recapacitar y me haga ver ese grande amor que me tienes, Padre Mío, y me lleve de su mano de vuelta hacia ti. Quiero un hombre mi Dios, con quien pueda deleitarme de ti, con quien pueda compartir la gracia de adoraste y de amarte, con quien pueda tener el privilegio de llamarnos juntos hijos tuyos. Con quien pueda compartir Señor el propósito que tienes tú para nuestras vidas, que podamos juntos servirte mi Señor, que podamos juntos ser de bendición para las personas que necesitan conocer de ti, que nos uses mi Dios para que juntos hagamos  las obras que tu requieres de nosotros, que nos des la gracia de hacer conocer a los demás (a esas almas que necesitan tanto de ti) tu gran amor, tu infinita misericordia y eterna fidelidad.
Quisiera mi Dios un  hombre cuya familia se deleite también en tu presencia, que te ame y te tema sobre todas las cosas. Y que si es tu voluntad mi Dios de que yo vaya a estudiar fuera, me acompañe en esa etapa de mi vida también; porque Señor me es muy duro, extremadamente duro diría yo, estar sola y más aún si tengo que estar lejos de mi familia, sería de gran consuelo a mi alma su amor y compañía.
Mi Dios, mi amado, oye mi clamor Señor, no tardes más en oír mi súplica. Tu palabra nos dice que clamemos a ti y que tú nos responderás y nos enseñarás cosas grandes y ocultas que desconocemos. Hoy hago expreso mi clamor a ti Jehová, escucha mi súplica te lo ruego. No tardes más en dar respuesta  a ella.
Voy a esperar confiada en ti mi Señor, confiada en que si te soy fiel y cumplo con tus mandatos, sabrás perdonarme por mis múltiples pecados y rebeliones; y tendrás compasión de mí,   escucharas mi voz y tendrás grandes misericordias conmigo. Es difícil, muy difícil Señor, ser una cristiana comprometida, obrar el bien es una tarea realmente de valientes, porque hasta en las pequeñas cosas que a veces nos parecen insignificantes, no estamos exceptos de caer en pecado, y tu palabra reafirma Señor que no hay uno solo bueno. Pero tú pesas los corazones y sabes las intenciones con las que obramos, por tanto sabrás mi Dios que intento día a día ser alguien agradable a tus ojos, muchas veces fallo y caigo, pero aunque caiga mil veces, otras mil volveré a levantarme y a intentarlo de nuevo. No quiero desfallecer, no debo desfallecer, no me permitas desfallecer Señor. Ve de mi mano en este camino. Cámbiame, renuévame, moldéame mi Dios, aunque me duela el cambio, aunque me duela el morir y renunciar a mí misma para que tú puedas vivir en mí. No te apartes de mí lado mi Dios, no te apartes nunca. No sé lo que vaya a pasar mañana o lo que vaya a venir en el futuro, sólo te pido mi Dios que me recuerdes siempre ese gran amor que tienes hacia mí, que me recuerdes tu sacrifico en la cruz por mí y que me des fuerzas para enfrentar lo que se venga. Señor mantente cerca de mí, sobre todo ahora en este tiempo  de aflicción. Quédate junto a mí amado, guarda mi corazón, hazme saber quién es el hombre indicado mi Señor.
Quita de mí este sentimiento, que ya no sé si es amor, porque me hace demasiado daño, este sentimiento tan intenso que aún tengo por David. Señor mi Dios, ¿por qué sigo atándome a él si no es para mí? Tú sabes Señor que si alguien me preguntara le diría que aún sigo enamorada de él, que a pesar de todo aún lo amo. Pero ya no quiero tener más ataduras o dejar puertas abiertas que me impidan conocerte más y tener una relación más cercana a ti mi Señor. Tú conoces mi corazón Señor, mis sentimientos y pensamientos hacia él. Estoy dolida Señor porque no hemos tenido la oportunidad de tan solo conversar y quedar en paz después de aquella riña tan fea que tuvimos la última vez que nos vimos a inicios de noviembre, en la cual creo nos hicimos tanto daño. Incluso  Señor de mi boca salieron palabras de maldición hacia él, pero tú sabes Dios que no ha habido día hasta hoy, que no me haya arrepentido de eso y que no haya dejado de bendecir su vida a diario. No he sabido nada de él y no sé si vuelva a verlo algún día, pero me gustaría mucho que pudiéramos perdonarnos siquiera. Quisiera mi Dios que él me perdonara por haberlo humillado, ofendido y herido. Que me perdonará sobre todo por haberlo traicionado. Sí, porque a pesar de que él me falló enormemente, no lo culpo, porque fui yo quien le falló y lo traicionó primero. Fui yo quien al ver que nuestra relación se apagaba corrí a los brazos de otro hombre sin importarme nada, sin luchar siquiera por lo que teníamos, fui yo quien abrió las puertas para que el enemigo entrara y acabara con todo. Fui yo Señor, fui yo quien se dio cuenta demasiado tarde de su error y quiso arreglar las cosas, pero el enemigo ya había hecho de las suyas y había llevado a David a los brazos de otra mujer.  Reconozco mi culpa y como me duele Dios, hasta en lo más profundo de mis entrañas, saber que por mi error estoy pagando caro, realmente caro las consecuencias…
Perdóname también tú mi Dios. Déjame sentir tu perdón y líbrame de esta angustia. Líbrame Señor de esta atadura que me impide ser feliz y estar a mi alma en paz. Señor mío atiende mi súplica, tú eres Dios misericordioso, tus misericordias son incontables y nuevas cada día. Señor, ¿Qué estoy haciendo mal para que no atiendas mis súplicas? Si estoy pidiendo mal, enséñame a pedir bien. Que todo lo que te he pedido Señor no sea para mi propio deleite o vanagloria, que sea algo agradable a tus ojos, que sea algo para gloria tuya mi Dios.
Quítame estas ataduras Señor, aún sigo enamorada de él, esperanzada en que tal vez algún día volvamos a estar juntos; y que él va a regresar a ti. Porque él fue alguna vez un siervo tuyo mi Dios. Sólo te pido que si en tu disposición no está el que él y yo volvamos a estar juntos, permite que él regrese a ti Padre, porque él me dijo que estaba confundido, con un vació grande en su corazón, tal como anduvo antes de conocerte. Sé tú mi Dios quien llene esos vacíos y no los deleites del mundo y de la carne, que son pasajeros. Sé misericordioso Señor, acuérdate como él te servía con amor y cómo ayudó a sus padres a encontrar la verdadera felicidad al conocerte a ti Padre amado. Que se dé cuenta que tu amor es infinito, que sepa que tú le estás esperando con los brazos abiertos para recibirlo de nuevo como a aquel hijo pródigo, que cuando él se decida puede regresar a ti y tu lo amarás como antes. Que pueda regresar a ti mi Dios para servirte y honrarte.
Señor mis pensamientos no alcanzan a  entender los tuyos, ni tampoco mis tiempos son los tuyos. Voy a esperar pacientemente y confiada Señor en que pronto te apiadarás de esta pobre pecadora que hoy se atreve a clamar a ti.
Gracias mi Dios por tus  muchas bondades. Tu Señor eres un Padre amoroso con su hijos, y sé que siempre quieres lo mejor para cada uno de nosotros. Por eso estoy confiada en que harás lo mejor para mi vida. Confiaré en tu voluntad Señor. Has tu voluntad y no la mía. Que siempre dé cada paso confiada en ti, que no confíe en mi propia opinión sino que cada paso que dé lo haga preguntándote a ti, de acuerdo a lo que tu dispongas mi Dios.
Gracias Padre Amado. Amen.

Quito 04 de Abril del 2012:
Al trascribir esta “especie de carta a Dios” vuelvo a sentir esas emociones que invadieron a mi alma aquel día. Han pasado los meses, pero el sentimiento ha permanecido, a pesar de que estoy convencida de que Dios está trabajando en mí, las heridas del corazón son difíciles de curar; pero como mencioné antes, estoy dispuesta a que Dios me moldee, me cambie, porque aunque pueda ser un proceso doloroso, es mi única alternativa, ya me equivoqué tanto en el pasado, que no tengo otra opción que aceptar que Dios es el único camino de la verdadera felicidad, porque ya he probado y conocido todos los deleites del mundo que me dieron tan solo una felicidad momentánea, como una estrella fugaz que iluminó brevemente mi vida para  luego dejarme con más frío y en mayor obscuridad que antes.
David está saliendo con una chica, y al parecer está realmente enamorado de ella, él dice es su alma gemela, el amor de su vida. Y eso es un patazo en el corazón. Pero a la vez no mentí al pedirle a Dios que lo bendiga, que se acuerde de él, que no lo abandone, porque su palabra dice que el llamado de Dios es irrevocable, y yo ¡le creo a Dios!
Dios mío yo acepto con humildad tu “NO” tu “NO ES PARA TI” “ESPERA AL INDICADO”, y espero Señor confiada siempre en ti, porque tu nos dices que siempre obras para el bien de quienes te aman. Porque tu Señor me diste una palabra en Isaías 54:6-8 en donde en donde esta escrito: “como a mujer abandonada y triste de espíritu te llamó Jehová, y como la esposa de la juventud que es repudiada.  Por un breve momento te abandoné, pero te recogí con grandes misericordias. Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia eterna tendré compasión de ti, dijo Jehová tu redentor”, y me acojo a esa palabra y declaro Señor que tú me bendecirás en gran manera.
Sabes Señor que el corazón es muy complicado; en  mi persona es el aspecto más duro de trabajar.  Pero sé que tú me pondrás un corazón nuevo y renovado, capaz de volver a soñar. Soñar no solo con el amor, sino también vas a afianzar mis sueños, mis anhelos de crecer profesionalmente y de servirte Señor.
Probablemente en este mes me den la primera respuesta de la beca a la que estoy aplicando para cursar una maestría en Valencia – España. Estoy confiada y tranquila en la respuesta que me den, porque estoy aprendiendo en dejarlo todo a tu voluntad mi Dios. Todo lo pongo en tus manos, confiada en que cualquiera que sea la respuesta, va a ser tú obrando para mi beneficio.
Con respecto al propósito que tienes para mi vida, a la forma en que quieres que yo te sirva Señor, estos días me ha estado rondando una idea por mi cabeza,  de crear una especie de blog o página en internet en donde publique mis memorias y poemas, y lo que tu dispongas en mi corazón Señor. Memorias que cuenten las cosas que vivo a diario, que los cristianos pasamos o sentimos, para que las demás personas se puedan identificar de alguna manera con ellas y sepan que no están solos en la lucha; y poemas mi Dios que sean de adoración y de alabanza, y también  porque no, publicaciones sobre  mis pensamientos, sentimientos y sobre mi forma de ver el mundo en el que vivo. Confió también en que si ese éste tu llamado, las cosas se van a  facilitar y tu mi Dios vas a ir abriendo puertas.
Gracias Padre porque cada día me enseñas algo nuevo y me das una palabra de vida para reflexionar. Ayúdame a ser mejor persona, a escucharte cuando me hablas en el silencio y a hacer tu voluntad perfecta.

CUANDO NOS SENTIMOS TRAICIONADOS

Quito, 13 de Mayo del 2012
Cuando nos sentimos traicionados
Sentirse traicionados o decepcionados porque alguien en quien depositamos toda nuestra confianza y en quien teníamos muchas expectativas, nos defraudó, puede ser algo muy común en nuestras vidas.
Muchas veces me he sentido traicionada por aquellos seres a quienes les entregue mi corazón y mi confianza plena y que al final terminaron alejándose de mi vida, abandonándome o hiriéndome profundamente con sus actitudes.
Tal vez sea inevitable que alguien a quien queremos, actué de una forma que nos desagrada y que no corresponda a la manera que nosotros desearíamos que fuesen. Muchas veces no somos correspondidos de igual manera  por el amor y amistad que brindamos a los demás.
Sólo cuando comprendí que no puedo influir en el modo de ser de los demás, qué únicamente soy responsable ante Dios de mis propios actos y no de los actos de los demás, empecé a ver la vida de una manera diferente. A dejarme de sentir decepcionada por las personas, porque ellas solo son lo que son, no podemos, ni tenemos el derecho siquiera de pedirles más. Simplemente son y actúen de la forma que lo hacen porque forman parte del propósito que Dios tiene para nuestras vidas, de las lecciones que Dios quiere que aprendamos.
Además, aun cuando las personas que conforman nuestro entorno, obren de manera incorrecta, de una forma que no sea agradable ante los ojos de Dios; sólo él tiene la potestad de juzgarlas y por ende de hacer con ellas, a su debido tiempo, lo que tenga que hacer. Cuando me molesto por el hecho de que los demás obran mal y a pesar de eso les “va bien en la vida” me recuerdo a mí misma, que no debe importarme lo que haga el resto, o como le vaya. Sólo debo de preocuparme por cómo me presento yo ande Dios día a día; y cuando alguien me hiere profundamente,  aun cuando no lo merezca, recuerdo que la palabra de Dios dice: no te preocupes, mía es la venganza. Así que cualquier cosa que yo quiera hacer por “desquitarme” de algo que me haya hecho alguna  persona, no va a ser nada comparable con lo que Dios puede hacer. Nadie puede esconderse de la presencia de Dios, nadie puede ocultarle sus pecados, Dios tiene el control de todo y sabrá hacer justicia a su tiempo. Entonces, ¿porque preocuparnos? Dejemos todo en las manos del Señor y él con su gran sabiduría sabrá cómo actuar.
Además Dios quiere que amemos a quienes nos odian, a quienes nos hacen o nos han hecho daño, él nos enseña que en cierto sentido carece de valor amar a quienes nos aman, valor tiene amar a quienes no nos quieren. ¡Eso sí es de valientes, de nobles!
Y como  concebir siquiera la idea de amar a alguien que me ha hecho tanto daño, que me ha mentido, que me ha traicionado, que me ha humillado, que me ha fallado. Pareciera ser algo irracional, carente de toda lógica. Pero Jesús quien es nuestro ejemplo, jamás se mostró vengativo o rencoroso con aquellos que lo perseguían y que lo odiaban, al contrario, les brindó más amor. Amor, esa es la clave. Esa es la respuesta a todo. Parecería tan fácil, pero en la práctica, resulta ser muy complicado. Quien no ha deseado en algún momento de su vida que le “pise un tren” a esa personita que nos lastimó, que le “parta un rayo” a quien nos engañó. Creo que a todos alguna vez se nos ha cruzado por la mente, aunque sea por breves segundos, ideas parecidas a esas, de desquite y de venganza.
Pero,  si Jesús lo hizo, ¿Por qué no podemos nosotros hacer lo mismo? Amar a nuestros enemigos. Pienso que se debe a nuestro orgullo, a querer siempre tener la razón, a intentar salirnos con la nuestra, o caer en el papel de víctima para que los demás sientan pena por nosotros. O bien, queremos hacer las veces de jueces, olvidándonos de nuestros propios errores, creyéndonos con el derecho o la autoridad para juzgar y condenar al resto, cuando Dios nos dice que no hay uno solo justo y bueno.  
Tal vez no podemos perdonar y amar a quienes nos han herido, por pensar con simple lógica humana. Sí “lógica humana”, es que a veces queremos entenderlo todo, y  peor aún, creemos entenderlo todo basándonos en nuestro limitado raciocinio, olvidándonos que hay cosas que nuestra capacidad humana no alcanza a comprender, pero que Dios sí, y él a través de su Espíritu Santo nos enseña  a perdonar y a amar a quienes de otro modo, si lo viéramos desde una perspectiva humana como lo vería el mundo,  sería imposible.
Tal vez con nuestras fuerzas humanas sea imposible pero si le permitimos a Dios obrar en nuestras vidas, si le permitimos sanar nuestro corazón y restaurar nuestra mente, lograremos imitar su ejemplo de  amor y perdón y ser dignos discípulos suyos. Reitero, solo en las fuerzas de Dios podemos lograr hacer algo así, no dejándonos llevar por nuestra mente humana, sino aprendiendo a ser guiados por su Espíritu.
Dios nos hace comprender que nadie está exento de tener errores, de fallar, de herir incluso a quienes más queremos. Todos en algún momento de nuestra vida podemos intencionalmente o no,  fallarle a alguien e incluso a nosotros mismos. Cuando aprendemos a depositar nuestra plena confianza en nuestro Padre, podemos vivir confiados en que a pesar de las circunstancias, a pesar de que las personas nos lastimen, él nunca nos fallará. Porque Dios no es hombre para que mienta ni hijo de hombre para que se arrepienta, por tanto podemos caminar confiados de su mano porque él no permitirá que tropecemos, y nos dará la paz que requerimos cuando atravesemos tormentas.
Quien mejor que Jesús, para saber lo que es sentirse traicionado, humillado, herido, calumniado, engañado, él ya pasó por todo eso en este mundo, él sabe cómo nos sentimos cuando nos pasa algo similar. Pero Jesús nos recuerda que debemos estar tranquilos porque él ya venció al mundo. Que podemos estar abatidos pero no angustiados, pasar momentos de soledad pero saber que no estamos desamparados, podemos estar caídos pero no derrotados.  Confiemos en él  y aprendamos a darle todo, incluso esas cosas que nos lastiman, que él sabe qué hacer con ellas. Confiemos en él para que nos enseñe a mirar el corazón de las personas y nos guarde de los lobos disfrazados de ovejas. ¡Confiemos en él!